He llegado muy pronto a Ópera, para mí coger el metro es como sentirme de vacaciones, tengo la suerte de sentirlo así. Quizá porque lo hago ocasionalmente.
He salido de Ópera dirección Arco de Cuchilleros, he salido hacia la calle de la Escalinata, dejando a mis espaldas el Real Cinema y la Cuesta de Santo Domingo, hacia mi instituto, hacia unos de los años más felices de mi vida. En Ópera disfruté de mi tarjeta con la nota de selectividad, que tanta satisfacción me produjo.
Al recorrer la cuesta de la calle de la Escalinata me acordaba de la única vez que me acuerdo que nevó de verdad en mi edad del instituto, y me daba miedo ir bajando esa cuesta y estrellarme contra la casa de enfrente.
Cuando tenía que ir desde casa al instituto me repateaba vivir tan en el centro, tardaba diez minutos recorriendo Arco de Cuchilleros, cruzando Mayor, Arenal, Opera y Cuesta de Santo Domingo para llegar a Fomento.No podía coger el metro ( tardaba más), ni el autobús, ni tenía abono de transporte. Casi me daba tanta rabia como cuando cuento que ni una sola vez de mi vida me quedé a comer en el colegio, porque vivía a dos minutos y mi madre no trabajaba fuera de casa. El olor a media mañana de la comida al ir al baño de mi pequeño colegio, y la cara de asco de mis compañeros me parecían toda una exageración.
Siempre miro a La Plaza Mayor con respeto, me encantaba ese sitio, de mayor quería vivir allí, y viví no pocas aventuras adolescentes en una buhardilla.Todo ha quedado tan lejos.
Esta mañana he disfrutado al pasear por estas calles tan vacías, «montando» las terrazas, limpiando las calles, he sonreído al pasar por la peluquería de mi padre, y ver a Alfonsito cortando el pelo y arreglando barbas a dos hipsters madrugadores. En la peluquería que sentada esperando a mi padre a que le cortaran el pelo, siendo una niña entró Sancho Gracia, pero para mí había entrado Curro Jimenez.
He paseado un trocito de la Calle de Toledo, y he mirado al San Isidro, donde tanta vida había siempre y que últimamente ha salido en conversaciones con un compañero de batallas.
He llegado a Puerta Cerrada y siempre pienso en La Escondida y en Yagüe. He llevado mi momento a unas fotos y recuerdos de hace 30 años, que han acabado en un café a las 16, en Duque de Alba, con un amigo de esos que aunque lleves sin verte quince años has compartido momentos de tu vida que siempre están ahí, en el corazón.
Siempre hay gente en la Cava Baja, saliendo, entrando a uno de os hotelitos nuevos, mirando los menús, siempre gente con un mapa en la mano. Y yo observando.
He abierto las puerta de la casa de mis padres y todo ha vuelto a estar cerca.
Como siempre pienso que suerte no ser de Madrid para descubrirla.